
"Hoy en día rara vez se ven, aunque he oído que en ciertos países todavía los hacen y los llenan con el aliento tibio de un fuego de paja que cuelga debajo.
Pero en 1925 en Illinois aún había esos globos, y uno de los últimos recuerdos que tengo de mi abuelo es la última hora de una noche de Cuatro de Julio, hace cuarenta y ocho años, en que el Abuelo y yo salimos al jardín e hicimos una fogata y llenamos de aire caliente un globo de papel con forma de pera, a rayas rojas, blancas y azules, y por un momento final retuvimos en las manos la parpadeante presencia con brillo de ángel frente al porche repleto de tíos y tías y primos y madres y padres, y luego, con gran suavidad, dejamos que eso que era vida y luz y misterio se nos fuera de los dedos hacia el aire estival y se alejara sobre las casas ya adormiladas, entre las estrellas, frágil, deslumbrante, vulnerable y hermoso como la vida misma.
Veo a mi abuelo alzando la vista hacia esa extraña luz a la deriva, pensando sus propios y serenos pensamientos. Me veo a mí mismo, los ojos llenos de lágrimas porque era el final, la noche se había acabado, y sabía que nunca volvería a haber una noche así.
Nadie dijo nada. Mirábamos el cielo y respirábamos, y pensábamos todos las mismas cosas, pero nadie habló. Sin embargo alguien tenía que decir algo al fin, ¿no? Y ese alguien soy yo.
El vino sigue esperando abajo, en la bodega.
Mi querida familia sigue sentada en la oscuridad del porche.
El globo de fuego flota y arde aún en el cielo nocturno de un verano nunca enterrado.
¿Por qué y cómo?
Porque lo digo yo."
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"Todas las mañanas salto de la cama y piso una mina. La mina soy yo. Después de la explosión, me paso el resto del día juntando los pedazos. Ahora les toca a ustedes. ¡Salten!"
Ray Bradbury